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La comunidad internacional apoya (casi) de forma unánime unas elecciones en Libia para poner fin a diez años de caos

Rachida El Azzouzi (Mediapart)

Enésima conferencia de paz después de Berlín 1, Berlín 2, Palermo, La Celle-Saint-Cloud... Pero ésta podría ser “decisiva”, confía a Mediapart (socio editorial de infoLibre) Ján Kubiš. “Personas y países, que nutren profundas divergencias, se han puesto de acuerdo en una serie de puntos esenciales”. Es el nuevo enviado de la ONU para Libia desde hace 11 meses, un puesto que ha estado vacante durante casi un año y que ha agotado a varios de sus homólogos, como el último de ellos, Ghassan Salamé.

No habla árabe, no es africano, como exigía la Unión Africana, vive en Ginebra (Suiza), no en Trípoli, en el corazón del infierno, como pide un estudio independiente de la ONU, pero en pocos meses, el eslovaco, que ha estado en Líbano, Irak, Afganistán, ha hecho “un trabajo notable y valiente”, elogió el presidente francés Emmanuel Macron. “Gracias, Ján Kubiš, por estar presente en el día a día”.

En la pequeña sala de la Maison de la Chimie de París, abarrotada de periodistas y diplomáticos, donde se celebra una conferencia de prensa de acceso limitado, estallan los aplausos. La canciller alemana Angela Merkel, el primer ministro italiano Mario Draghi, el presidente y el primer ministro libio Mohamed al-Menfi y Abdel Hamid Dbeibah abundan en el reconocimiento de Emmanuel Macron. Ján Kubiš, que ha querido permanecer discreto, agradece los cumplidos, sonrojado al verse el centro de atención. “Es un esfuerzo colectivo a largo plazo”, insiste en un aparte.

En menos de seis semanas, a partir del 24 de diciembre –si no se torpedean los esfuerzos de uno de los procesos de paz más laboriosos del mundo–, el pueblo libio debería ser llamado a las urnas para unas elecciones presidenciales y legislativas históricas, que se supone que pasarán la página de más de una década de guerra y caos. Los dirigentes o representantes de una treintena de países, actores del conflicto o de su resolución, manifestaron, a puerta cerrada, el pasado 12 de noviembre en París, junto a las autoridades de transición libias, la necesidad y la urgencia de salir airosos de esta doble elección crucial para reconciliar a una Libia destrozada.

Mientras los jefes de Estado o sus enviados se reunían, los convocantes cerraban el acto. Más de un centenar de periodistas acreditados, entre los que se encontraba Mediapart, se encontraban al otro lado de la calle, en salas en el sótano, condenados a seguir las llegadas de los jefes de Estado a través de pantallas, sin poder acceder a las delegaciones de los distintos países.

Dependientes de las imágenes en régimen de pool (como se llama a los pocos periodistas elegidos a dedo y autorizados a seguir al presidente en nombre de sus colegas), de los WhatsApp del gabinete de prensa del Elíseo, condenados a mendigar información controlada –“¿Podemos tener algo sobre la reunión con Sissi?”, “¿Podemos saber qué se dijo?”, esperarán durante horas las ocho páginas de la resolución y la conferencia de prensa, a la que sólo podrá asistir una parte, principalmente de los cuatro países coorganizadores (Francia, Alemania, Italia y Libia), y formularán una sola pregunta por país.

“Es importante que todas las partes interesadas libias se movilicen decididamente a favor de la organización de elecciones presidenciales y legislativas libres, justas, inclusivas y creíbles el 24 de diciembre de 2021 [...] y que acepten los resultados de estas elecciones”, subrayaron los participantes en la cumbre en su declaración final.

Si la apuesta parece incierta, incluso poco realista, cuanto más se acerca el plazo, ya que las tensiones aumentan entre los dos bandos rivales de la parte oriental y occidental, y a falta de una ley electoral equitativamente consolidada, la comunidad internacional considera que las elecciones libias están “al alcance de la mano” y pide que se mantengan. Detrás de la preocupación por la “inclusión”, está el llamamiento a la “participación plena e igualitaria de las mujeres”, la “integración de los jóvenes”, pero también la posibilidad de que todas las facciones rivales sean candidatas.

Todos aquellos que “intenten obstruir, socavar, manipular o falsificar el proceso electoral y la transición política”, dentro o fuera del país, “rendirán cuentas y podrán ser incluidos en la lista del comité de sanciones de la ONU”, amenazaron los países firmantes. “No es la primera vez que se esgrime el arma de las sanciones, pero en realidad nunca ha impedido que los distintos clanes o milicias saboteen la marcha hacia la reconciliación”, afirmó un destacado observador.

Algunos considerarán que el comunicado de la Conferencia de París es tibio, como una sarta de deseos piadosos desconectados de la realidad libia, que pasa por alto un punto crucial: la ausencia de un código electoral sólido y unánimemente aceptado, ya que el actual ha sido denunciado por ser elaborado a la medida del bloque oriental. No obstante, se trata de un paso adelante teniendo en cuenta el número de participantes y sus diversos desacuerdos e intereses, aunque dos de los principales actores del conflicto –Rusia y Turquía– no enviaran a sus líderes, sino a representantes de menor rango (el jefe de la diplomacia rusa, Sergei Lavrov, y el viceministro de Asuntos Exteriores turco, Sedat Önal).

 

Entre los 25 puntos validados por la cumbre, en la que finalmente participó Argelia (algo que no se daba por hecho), por voz de su ministro de Asuntos Exteriores, Ramtane Lamamra, señal del inicio de un deshielo entre París y Argel, figura un asunto de primer orden: el proceso de retirada de las fuerzas extranjeras y de los mercenarios que minan el terreno libio, enquistado por múltiples injerencias. “Este plan no debe ser un plan sobre el papel, sino una realidad”, advierte Angela Merkel, que también está dispuesta a que Alemania forme y envíe observadores para ayudar al buen desarrollo de las elecciones.

Varios miles de mercenarios extranjeros siguen presentes en Libia, amenazando la estabilidad y la seguridad del país y de toda la región: rusos de la milicia Wagner, al servicio del Kremlin, turcos, sirios proturcos, chadianos, sudaneses. Emmanuel Macron aplaudió “un primer paso”, con el anuncio, en vísperas de la apertura de la cumbre, de la retirada de 300 mercenarios al servicio del bando del señor oriental libio Jalifa Haftar, y agradeció “la implicación de los países africanos vecinos, en particular de Chad”. Antes de pedir a los más reticentes, Rusia (que niega cualquier envío de mercenarios y cualquier vínculo con Wagner) y Turquía, “que retiren sin demora” sus tropas.

“No hay paz sin que su salida”, dijo un miembro de la delegación libia, contactado por Mediapart, consciente de los obstáculos internos del Ejecutivo libio, receptáculo de todas las rivalidades, donde un tira y afloja opone al presidente Mohamed al-Menfi al primer ministro Abdelhamid Dbeibah. “No estoy seguro de que podamos cumplir el calendario, celebrar elecciones en seis semanas en un marco democrático, porque todavía tenemos que superar nuestras propias divisiones y trabajar en la modificación de la ley electoral para que no sea contestada”. En París, Menfi y Dbeibah se dejaron ver juntos, hablando con una sola voz.

Durante la rueda de prensa, los periodistas libios se decantaron por una pregunta –ya que sólo se podía hacer una por país– en la que se interpelaba a Dbeibah, que tiene ambiciones presidenciales a pesar de que la ley se lo prohíbe y de que se había comprometido ante la ONU y las fuerzas libias a no ser candidato para cumplir su misión, organizar las elecciones. El empresario, uno de los más prósperos de Misrata, la tercera ciudad de Libia, que construyó su negocio sobre la base de la corrupción, respondió que devolvería “el poder a los elegidos”. Sin entrar en detalles de sus intenciones y con una precisión que cada cual puede interpretar como quiera: “Si el proceso electoral se lleva a cabo de forma honesta”.

 

Uno de los grandes temores es que celebrar elecciones ahora tenga el efecto contrario al buscado, la vuelta a la guerra, debido sobre todo a las apetencias de personalidades divisionistas y apresuradas, como el mariscal Haftar, que pulverizó el proceso de paz en 2019 para hacerse con el poder y que planea entrar en la carrera presidencial.

En el bloque occidental, algunos de sus opositores, como el presidente del Consejo Superior del Estado (el equivalente al Senado), Jaled al-Mechri, del movimiento islamista, que se levanta contra la actual ley electoral, llaman a los libios a boicotear las elecciones “permitiendo que se presenten los criminales”. Señala al mariscal Haftar o a Saif al-Islam Gadafi, el hijo más conocido del dictador Muammar Gadafi, que también sueña con ser candidato y sobre el que pesa una orden de detención de la Corte Penal Internacional por “crímenes contra la humanidad”.

“Ninguno de nosotros puede sustituir la soberanía libia que defendemos y, por lo tanto, el papel que cada una de las instituciones tendrá que desempeñar en los próximos días y semanas”, afirmó Emmanuel Macron, entrevistado por la prensa francesa. Su entorno recuerda que mantiene “un diálogo con todos los actores de Libia, incluido Jalifa Haftar”. Antes de presidir la cumbre, el presidente francés también almorzó con uno de los más fieles partidarios de Haftar, que también es uno de los mejores clientes de la industria armamentística francesa, condecorado casi a escondidas hace un año: el dictador egipcio Abdel Fattah al-Sissi. Un “almuerzo de trabajo” del que no ha trascendido nada.

Francia, que durante mucho tiempo ha jugado un doble juego apoyando secretamente a Haftar bajo el pretexto, sobre todo, de la lucha contra el terrorismo, pretende ahora brillar con neutralidad. Entre los asientos reservados en la rueda de prensa para la delegación francesa, por detrás del ministro de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, y del jefe de la célula diplomática del Elíseo, Emmanuel Bonne, había uno en la tercera fila a nombre de Paul Soler.

El discretísimo “señor Libia”, ausente de los organigramas, destituido en la primavera de 2019 tras las revelaciones de su relación con Alexandre Benalla, fue rehabilitado en primavera por el Elíseo. El exmilitar del 13º regimiento de dragones paracaidistas, especialista en inteligencia, ya no se esconde. En 2019, convenció a París para que apoyara la ofensiva de Haftar sobre Trípoli, que terminó en un sangriento fracaso y echó al oeste de Libia a los brazos de Turquía.

 

Traducción: Mariola Moreno

 

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